martes, 17 de noviembre de 2009

El poder y la gloria

El poder y la gloria es un libro que refleja el paso del siglo XIX al XX trajo consigo una crisis espiritual muy acusada. Los avances técnicos aparecidos en aquellos años, las revoluciones industriales y el mecanicismo y la explotación del hombre propiciaron que se extendiese entre la intelectualidad, de una parte, el rechazo hacia ese mundo maquinista que esclavizaba a la persona, y, de otra –y más importante-, el cuestionarse sobre el sentido de la existencia.
Graham Greene (Berkhamsted, Hertfordshire, Inglaterra, 1904-1991), convertido al catolicismo en 1926, fue periodista, pero pronto dejó el oficio para dedicarse a escribir obras de ficción. Entre ellas, las hay de suspense y espionaje, y otras, conocidas como ‘novelas literarias’, que son las que le han proporcionado reputación. Éstas últimas plantean –con tonos sombríos y no poca virulencia- ese conflicto del hombre entre el Bien y el Mal y el absurdo de la existencia, desde una perspectiva religiosa.
A ellas pertenece ‘El poder y la gloria’, publicada en 1940, que trata acerca de la sangrienta represión ejercida sobre la Iglesia católica y sus fieles por el Gobierno de Plutarco Elías Calles, en el México de los años veinte.
En esa época, el Gobierno mexicano promulgó una serie de leyes cuyo objeto era crear una Iglesia nacional, al margen del Vaticano y sometida a sus intereses. Los gobernadores de provincias más anticlericales, como el de Tabasco, Tomás Garrido Caníbal, se apresuraron a aplicar esas leyes y, por fin, todo el conflicto desembocó en una numerosísima sublevación campesina apoyada por los obispos que dio lugar a la llamada ‘Guerra cristera’, por calificarse así los rebelados. Ésta se extendió, en su fase más violenta, hasta 1929, pero nunca se apagó del todo y condujo a una sangrienta represión por parte estatal que dejó 250.000 muertos.
Así, ‘El poder y la gloria’ cuenta la historia de un cura, el último que queda en su Estado tras la persecución y fusilamiento de sus compañeros, que habían preferido el martirio a renegar de sus creencias. Vive como prófugo, yendo de un pueblo a otro y ocultándose entre los campesinos, con la policía siguiéndole de cerca. De vez en cuando oficia una misa clandestina y está convencido de que un día, más tarde o más temprano, será capturado.
No obstante, no nos hallamos ante un personaje elevado ni sublime. Alcoholizado, no huye por convicción sino por la cobardía de afrontar el martirio. Además, antes del comienzo de la Guerra, sucumbió a la tentación, adoptando como amante a una mujer del pueblo con la que tuvo una hija.

miércoles, 4 de noviembre de 2009

Se trata de la decimocuarta novela de Banville, galardonada con el prestigioso Premio Broker: “El mar”, se cuenta una historia en la que no sucede nada, pues se alimenta de los recuerdos, superpuestos con el presente de el historiador de arte Max Morden. Tras la reciente muerte de su esposa después de una larga enfermedad, el protagonista se retira a escribir al pueblo costero en el que de niño veraneó junto a sus padres. Pretende huir así del profundo dolor por la reciente pérdida de la mujer amada, cuyo recuerdo le atormenta incesantemente. El pasado se convierte entonces en el único refugio y consuelo para Max, que rememorará el intenso verano en el que conoció a los Grace (los padres Cario y Connie, sus hijos gemelos Chloe y Myles, y la asistenta Rose), por quienes se sintió inmediatamente fascinado y con los que entablaría una estrecha relación. Max busca un improbable cobijo del presente, demasiado doloroso, en el recuerdo de un momento muy concreto de su infancia: el verano de su iniciación a la vida y sus placeres, del descubrimiento de la amistad y el amor; pero también, finalmente, del dolor y la muerte. A medida que avanza su evocación se desvelará el trágico suceso que ocurrió ese verano, el año en el que tuvo lugar la «extraña marea»; una larga y meándrica rememoración que deviene catártico exorcismo de los fantasmas del pasado que atenazan su existencia.
En Banville es importante la introspección del autor para ser testigo del continuo remodelarse del pasado, pero aún lo es más la soledad que conlleva el acto. En la novela, nadie entiende las razones de los otros, y si lo hace, es a través de una piedad que se resiste a ser llamada así por medio de una sardónica distancia. Ésa es la grandeza de esta novela: en un estado de pérdida, de aflicción, uno sólo entiende sus intuiciones y el rastro de las intuiciones de los otros en una ondulación constante, de apariencia maleable, pero también igual a sí misma, que nos mece hasta abandonarnos como un leño empapado en la orilla de la muerte. El autor encuentra la coartada perfecta para dar rienda suelta a constantes referencias pictóricas, su otra gran pasión) que regresa al lugar que marcó su infancia para hurgar en su pasado como camino hacia la comprensión de quién es en realidad. Sin descubrir nada, pues siempre ha sabido en lo más profundo de su ser la pasta de la que está hecho, el protagonista va dando forma a un autorretrato que no le deja en buen lugar. Oportunista, cobarde, insincero, indolente, por momentos cruel, mediocre, retorcido...Morden se describe con una tristeza tan resignada que parece despojada de toda emoción, como si fuera un moribundo afectivo que acepta pacíficamente su destino. Tal es la asunción de su propia condición, tal la indiferencia moral con la que se juzga, que por momentos levanta una barrera con el lector, incapaz de sentir empatía alguna por el protagonista. Pero el sordo hastío con el que analiza sus sentimientos, la anestesia emocional de la que hace gala, no es más que el reflejo de la idea de banalidad fortuita de los acontecimientos que conforman la vida y que flota en la novela, de cómo lo trascendente y lo ridículo son anverso y reverso de la misma moneda. La belleza de las descripciones, la riqueza del lenguaje, la profunda comprensión de la mente humana de Banville, su sabiduría, hacen de “El mar” una pequeña obra maestra.
Estábamos con la descripción. El lenguaje narrativo de la descripción cuando se hace expresivo, es decir, cuando busca el efecto, trata de ceñirse a la lengua de los objetos, a sus cualidades, a su materialidad, al tiempo que huye (sólo en cuanto recurso lingüístico) de la conciencia. Banville sabe esto y lo ejecuta de manera virtuosa, no sé si poderosa.