martes, 22 de septiembre de 2009

Una muy buena novela, para los pobres tiempos que corren

No suelo recomendar novelas, pero esta vez incumpliré este hecho: Ver la entrevista a Belén Gopegui. Presenta su nuevo libro “Deseo de ser punk”. Es una joya, como el primero: “La escala de los mapas”. Junta, como pocos, la profundidad con la cotidianidad, y plantea principios reales actuales. Sé que su talento existe porque detrás hay una magnífica persona.
J. Rocha

miércoles, 9 de septiembre de 2009

ESA GENTUZA

Paso a menudo por la carrera de San Jerónimo, caminando por
la acera opuesta a las Cortes, y a veces coincido con la salida de los
diputados del Congreso. Hay coches oficiales con sus conductores y
escoltas, periodistas dando los últimos canutazos junto a la verja, y
un tropel de individuos de ambos sexos, encorbatados ellos y
peripuestas ellas, saliendo del recinto con los aires que pueden
ustedes imaginar. No identifico a casi ninguno, y apenas veo los
telediarios; pero al pájaro se le conoce por la cagada. Van
pavoneándose graves, importantes, seguros de su papel en los
destinos de España, camino del coche o del restaurante donde
seguirán trazando líneas maestras de la política nacional y periférica.
No pocos salen arrogantes y sobrados como estrellas de la tele, con
trajes a medida, zapatos caros y maneras afectadas de nuevos ricos.
Oportunistas advenedizos que cada mañana se miran al espejo para
comprobar que están despiertos y celebrar su buena suerte.
Diputados, nada menos. Sin tener, algunos, el bachillerato. Ni haber
trabajado en su vida. Desconociendo lo que es madrugar para fichar
a las nueve de la mañana, o buscar curro fuera de la protección del
partido político al que se afiliaron sabiamente desde jovencitos. Sin
miedo a la cola del paro. Sin escrúpulos y sin vergüenza. Y en cada
ocasión, cuando me cruzo con ese desfile insultante, con ese
espectáculo de prepotencia absurda, experimento un intenso desagrado; un malestar íntimo, hecho de indignación y desprecio. No
es un acto reflexivo, como digo. Sólo visceral. Desprovisto de razón.
Un estallido de cólera interior. Las ganas de acercarme a cualquiera
de ellos y ciscarme en su puta madre.
Sé que esto es excesivo. Que siempre hay justos en Sodoma.
Gente honrada. Políticos decentes cuya existencia es necesaria. No
digo que no. Pero hablo hoy de sentimientos, no de razones. De
impulsos. Yo no elijo cómo me siento. Cómo me salta el automático.
Algo debe de ocurrir, sin embargo, cuando a un ciudadano de 57 años
y en uso correcto de sus facultades mentales, con la vida resuelta,
cultura adecuada, inteligencia media y conocimiento amplio y
razonable del mundo, se le sube la pólvora al campanario mientras
asiste al desfile de los diputados españoles saliendo de las Cortes.
Cuando la náusea y la cólera son tan intensas. Eso me preocupa, por
supuesto. Sigo caminando carrera de San Jerónimo abajo, y me
pregunto qué está pasando. Hasta qué punto los años, la vida que
llevé en otro tiempo, los libros que he leído, el panorama actual, me
hacen ver las cosas de modo tan siniestro. Tan agresivo y pesimista.
Por qué creo ver sólo gentuza cuando los miro, pese a saber que
entre ellos hay gente perfectamente honorable. Por qué, de admirar y
respetar a quienes ocuparon esos mismos escaños hace veinte o
treinta años, he pasado a despreciar de este modo a sus mediocres
reyezuelos sucesores. Por qué unas cuantas docenas de analfabetos
irresponsables y pagados de sí mismos, sin distinción de partido ni
ideología, pueden amargarme en un instante, de este modo, la tarde,
el día, el país y la vida.
Quizá porque los conozco, concluyo. No uno por uno, claro,
sino a la tropa. La casta general. Los he visto durante años, aquí y
afuera. Estuve en los bosques de cruces de madera, en los callejones
sin salida a donde llevan sus irresponsabilidades, sus corruptelas, sus
ambiciones. Su incultura atroz y su falta de escrúpulos. Conozco las
consecuencias. Y sé cómo lo hacen ahora, adaptándose a su tiempo y
su momento. Lo sabe cualquiera que se fije. Que lea y mire. Algún
día, si tengo la cabeza lo bastante fría, les detallaré a ustedes cómo
se lo montan. Cómo y dónde comen y a costa de quién. Cómo se
reparten las dietas, los privilegios y los coches oficiales. Cómo
organizan entre ellos, en comisiones y visitas institucionales que a
nadie importan una mierda, descarados e inútiles viajes turísticos que
pagan los contribuyentes. Cómo se han trajinado –ahí no hay
discrepancias ideológicas– el privilegio de cobrar la máxima pensión
pública de jubilación tras sólo 7 años en el escaño, frente a los 35 de
trabajo honrado que necesita un ciudadano común. Cómo quienes
llegan a ministros tendrán, al jubilarse, sólidas pensiones compatibles
con cualquier trabajo público o privado, pensiones vitalicias cuando
lleguen a la edad de jubilación forzosa, e indemnizaciones mensuales
del 100% de su salario al cesar en el cargo, cobradas completas y sin
hacer cola en ventanillas, desde el primer día.
De cualquier modo, por hoy es suficiente. Y se acaba la
página. Tenía ganas de echar la pota, eso es todo. De desahogarme
dándole a la tecla, y es lo que he hecho. Otro día seré más
coherente. Más razonable y objetivo. Quizás. Ahora, por lo menos,
mientras camino por la carrera de San Jerónimo, algunos sabrán lo
que tengo en la cabeza cuando me cruzo con ellos.
Arturo Pérez-Reverte

martes, 8 de septiembre de 2009

El estilo literario

De verdad, es un atrevimiento querer tener un libro de estilo, unas pautas, unas formas claras…Vamos que ni una línea, ni una palabra, ni una letra o signo de estilo que encorsete. Ya lo decía el propio Orwell que se pueden leer al final de su Homenaje a Cataluña: "Tenga cuidado con mi partidismo, con mis detalles erróneos y con la inevitable distorsión que nace del hecho de haber presenciado los acontecimientos sólo desde un lado".
¿El estilo marca a la persona, o la persona marca un estilo? ¿Quién soy yo: el que habla, el que siente, el que sueña, el que piensa?... ¿O un popurrí de todo ello? ¿Y cuál es la realidad de todo lo que soy: mi conciencia fantástica o la real, racional y cotidiana? …Quizás mi única realidad de estilo es que abundan los signos de interrogación.