miércoles, 26 de mayo de 2010

Brooklyn follies



Nathan Glass ha sobrevivido a un cáncer de pulmón y a un divorcio después de treinta y tres años de matrimonio, y ha vuelto a Brooklyn, el lugar donde nació y pasó su infancia. Quiere vivir allí lo que le queda de su 'ridícula vida'. Hasta que enfermó era un próspero vendedor de seguros; ahora que ya no tiene que ganarse la vida, piensa escribir El libro de las locuras de los hombres. Contará todo lo que pasa a su alrededor, todo lo que le ocurre y lo que se le ocurre, y hasta algunas de las historias –caprichosas, disparatadas, verdaderas locuras– de personas que recuerda. Comienza a frecuentar el bar del barrio, el muy austeriano Cosmic Diner, y está casi enamorado de la camarera, la casada e inalcanzable Marina. Y va también a la librería de segunda mano de Harry Brightman, un homosexual culto y contradictorio, que no es ni remotamente quien dice ser.
Información General
Por cierto: ¿Qué significa el título?- Locuras
Locuras como que:
De repente, todos hemos descubierto que nos vamos a morir sin remedio, que no hay alternativa creíble ni reparadora. Muchos sobrevivimos con esa evidencia a cuestas. Nos vamos a morir sin rescate alguno. Eso tenemos quienes no creemos en un cielo compensador. Los ateos, mientras somos jóvenes, tomamos la muerte como algo lejanísimo. Nos quedan sesenta o setenta años por vivir... Luego, conforme vamos cumpliendo nuevas edades, descubrimos que la amenaza cierta y dolorosa efectivamente se cumple (aunque no necesariamente en nosotros, sino en personas a las que vemos envejecer y llegar a la decrepitud, a pesar de su lucidez). Así podemos llevar años viendo declinar a los padres (como Auster descubre en La invención de la soledad), padres a los que cada vez queremos con más ternura e ironía (a pesar del rico muestrario de traumas o frustraciones que nos han legado), padres cuya muerte no sabemos cómo la soportaremos... ¿Cómo afrontar este hecho fatal? Para algunos, esa evidencia sin compensación les lleva a un egoísmo sin remedio, un egoísmo en cuya vida ha desaparecido todo interés por la humanidad doliente. Para otros, esa constatación les conduce a una existencia gozosa y abierta, incluso altruista, una existencia impenitente por la que no hay que disculparse: son de esta índole los mejores personajes de Paul Auster. Son gentes dañadas, tocadas, amenazadas..., gentes que, a despecho de todo lo que se cierne sobre ellas o sobre sus personas queridas, no renuncian a vivir.