jueves, 7 de enero de 2010

Cuento de regalo

Nieva, las calles todavía están oscuras. Como cualquier transeúnte, me deslizo, soportando el frío, sobre la calle húmeda, con un agua nieva que no acaba de cuajar. Un día más de este invierno, día de reyes. Este podría ser el principio de un cuento navideño. Sólo bastaría ponerlo en tercera persona y encasquetárselo a un personaje, aunque en el fondo la sensación sea mía. He llegado a casa, ahora veo nieva tras la ventana, tengo la suerte de tener una ventana, con una habitación caliente donde refugiarme. Gracias a la ventana de doble cristal, puedo estar a gusto y escribiendo, separado del inclemente invierno exterior, donde si estuviera, tendría los dedos entumecidos, y no podría escribir.
Con los copos de nieve cayendo, el silencio se impone; nosotros, todos los seres vivos tendemos a refugiarnos: los pájaros no salen, los perros no ladran, las calles se ven vacían. Sólo los árboles de hoja perennes, los de la familia de las coníferas, permanecen estoicos, como guardianes del espacio, no les queda más remedio, soportan en sus hombros el peso de la nieve, que va cuajando poco a poco. Además, para estos árboles, la nieve es su medio natural, adaptados a ella, la nieve es suya.
Sigue nevando, y nuestro personaje del cuento no aflora, se esconde en no sé que sitio de mi universo mental; con el frío que está haciendo, tal vez no quera salir, aunque pretenda ser un personaje de invierno y de navidad; también él se lo debe estar pensando, tener que presentarse sin más al mundo, para hacer o decir no sé qué cosas que se me puedan ocurrir.
El personaje podría ser un mendigo; o su opuesto, un rey aburrido; podría ser un notario divorciado, o un albañil en paro... Vayamos por ahí: se trata de un albañil que se ha quedado sin trabajo, desde hace seis meses, con dos hijos: una niña de seis, y un niño de ocho años. Nuestro hombre, nunca antes había tenido problemas para comprar los regalos de reyes, pero este año es diferente, su cuenta bancaria hace tres meses que está vacía, con saldo negativo; lo que en su infancia, cuando se grababa en la cartilla del banco, lo llamaban: “Estar en números rojos”. El cajero automático hace meses que no suelta billetes, ni el empleado da más crédito. Al pensar en esto, sus hombros no quieren hundirse, sus brazos fuertes, ahora caídos, se revelan, no quieren ser dos ramas inútiles. Sigue pensando en lo oscuro de su remonte económico, por lo menos en este futuro próximo. Este año, soñando, ha jugado a la lotería, tampoco le ha tocado nada. Anda con el alma a los pies, pensando cómo decirles a sus hijos que este año no habrá regalos de reyes. No hay trabajo. Él, llamémoselo Mario, nunca antes había tenido problemas para trabajar, los constructores se lo rifaban, se podía permitir el lujo de rechazar encargos… pero ahora, por razones que sólo salen en los telediarios, nadie le llama. Su mujer lo comprende y lo mira con tristeza, con un sentimiento de culpabilidad compartida. Ella, gracias a la costura, trae algo de dinero a casa, lo justo para pagar la luz y la comida, que empieza a repetirse y a llevar mucho pan. Ya lo han hablado, esta tarde se lo dirán a los niños, para que mañana no se encuentren de golpe con la amarga sorpresa del vacío en el rellano de la casa, sin paquetes que desenvolver, sin sonrisas ni alegrías, con la sorpresa de la nada inmerecida. Ya no como antes, cuando con los ojos, confirmaban que les había tocado lo que habían pedido en la carta a los reyes. Todo ha cambiado.

Jesús Rocha

miércoles, 6 de enero de 2010

Disfraces terribles


En los años setenta, el prestigioso cuentista argentino Raúl de la Torre, residente en París, saltó a la fama con la publicación de su primera novela. Su popularidad como novelista del boom latinoamericano fue creciendo con sus siguientes obras, su segundo e inesperado matrimonio, y su implicación política. Todo ello lo coloca en el punto de mira de las crónicas de sociedad cuando decide descubrir públicamente su homosexualidad o cuando se conoce su suicidio de un pistoletazo. Muchos años después, en el comienzo del nuevo milenio, el joven crítico francés Ariel Lenormand se embarca en la biografía del escritor, entrevistando a quienes lo conocieron: su editor, sus amigos y, sobre todo, Amelia, su desconcertante y sofisticada primera esposa, compañera y apoyo del autor a lo largo de su vida. Pero el enrevesado y misterioso mundo que rodeaba al escritor amenaza con pasar de ser un simple objeto de estudio a convertirse en parte de la vida del joven biógrafo. ¿Qué oscuras presiones llevaron a la confesión de su homosexualidad a este hombre en una época en la que nadie lo hacía? ¿Cuáles fueron las causas de su suicidio? ¿Cuál es el terrible misterio que se esconde detrás de la obra novelística del escritor? ¿Por qué mienten los testigos después de tantos años? ¿Alguien conoce la verdad?

Elia Barceló, conocida sobre todo por sus obras fantásticas, nos ofrece con Disfraces terribles una novela entre realista y criminal que la confirma como una autora capaz de adaptarse a cualquier género con total maestría y sin perder nunca la marca de fábrica de todos sus textos: los misterios, los secretos, la trama emocionante y sorpresiva, los personajes cercanos al lector y llenos de vida y, sobre todo, su facilidad para embeber a los lectores en una lectura siempre gratificante y de una enorme altura literaria.